11 de gen. 2010

Slow food, slow life


La slow life es un invento de los noventa que llamaba a una vida más tranquila y que proponía echar el freno. Muchas personas lo acataron antes de que la crisis sobrevolase nuestras cabezas. Ahora que la economía ya no crecerá, tomarse la vida con calma empieza a ser no sólo una elección, sino también un buen recurso. La consigna, más que nunca, es vivir el momento presente.

Jordi Nogueras tiene 60 años y construye aviones de radiocontrol en el garaje de su casa familiar en Vallvidrera, un barrio barcelonés envuelto en bosque donde veraneaba cuando era niño. Jordi aparece lleno de serrín y polvo para posar frente al fotógrafo. Sostiene la maqueta de uno de sus aviones entre los brazos y mira serio y rígido al objetivo. Nada que ver con su carácter enérgico y dicharachero. En diez minutos explica la gracia de la vida mejor que muchos en libros enteros:

“Dice mi madre que ahora hago avioncitos como cuando era pequeño y me juntaba con los vecinos para intentar, infructuosamente, hacerlos volar. Yo empecé a trabajar a los 18 años con mi padre, que tenía una fábrica de licores, y eso hice hasta que la fábrica se volvió un negocio inviable y cerró. Yo ya tenía cuarenta y pico años y estuve otros 17 trabajando en un taller de maquetas. Ahora he cambiado de vida y hago lo que antes era un hobby, y todo esto me ha pasado con 60 años. A veces la gente me dice que debería haberlo hecho antes, pero dependía de un sueldo fijo y se suponía que debía prosperar”.

“El presente debe prevalecer sobre cualquier plan futuro –dice la psicóloga Isabel S. Larraburu–. Los momentos presentes en nuestra vida son los que tienen la capacidad de hacernos felices. Cuando alguien viene a mi consulta con la duda de qué hacer con su vida, mi recomendación es siempre prepararse para una actividad que reporte satisfacción por sí misma, no por los beneficios económicos que pueda aportar en el futuro. Apuesto por la idea de que la actividad diaria es lo más importante en nuestra vida.”


Es importante reflexionar sobre lo que queremos ser y hacer, porque dejarse arrastrar por la velocidad que impone el día a día puede provocar ansiedad, estrés y la sensación angustiosa de no estar viviendo, se trata de la enfermedad de la prisa. El remedio obvio es tomarse la vida con calma, algo que en tiempos de ebullición naturalista se ha rebautizado como practicar la slow life, término acuñado a raíz del movimiento slow food que creó Carlo Petrini a finales de los 80 y que se ha convertido en toda una filosofía de calidad de vida salpimentada con solidaridad y responsabilidad ecológica y social. El remedio perfecto para tiempos de crisis, cuando la economía ya no es la gran promesa hacia la que mirar.

“La slow life es la marca de un movimiento que progresa lenta pero inexorablemente en nuestra sociedad y que nos llama a una vida un poco más sencilla y tranquila, sin tantas prisas. Esta corriente es, para mí, junto con la que aboga por el decrecimiento, una de las historias más refrescantes que corren en este momento por el imaginario de nuestra sociedad del siglo XXI”, opinaba José Luis Quintela, director de la ONG Intermón Oxfam para el noroeste de España, antes de que las noticias del decrecimiento de la economía fueran ya un hecho irrevocable.

A cierta distancia de los vaivenes sociales, el paradigma de la vida en calma se llama Martini y es una vaca. Pese a la crisis, ella no trabaja la tierra, ni da leche, ni espera para convertirse en filetes. La salvó una veterinaria del circuito cárnico porque tenía remordimientos por haberla diagnosticado mal. Convive con 22 caballos acogidos por abandono y malos tratos, dos ocas, tres cabras, 25 perros, 20 gatos, una oveja trasquilada que tiene vergüenza de enseñar sus partes, tres cotorras, un conejo, un hurón, tres chinchillas, cuatros patos mudos y otros dos que cloquean, y “ella es la jefa”, asegura Leonor Díaz de Liaño, dueña y única trabajadora de este particular refugio.


Leonor era, en sus propias palabras, “una niña bien de la época”. A los 14 años dejó de estudiar y le regalaron su primer caballo. Montaba en el Club de Polo y era conocida porque sacaba a pasear a los animales viejos y cojos. Un día se marchó de la ciudad arrastrando a su marido y a su hijo pequeño para montar un refugio de caballos en pleno bosque. “Antes le daba importancia a la manera de vestir, al qué dirán, a las relaciones sociales. Ahora todo esto ha cambiado. La ropa sólo es algo que me tapa el frío y la compro en el Carrefour, que es lo que me queda más a mano”, explica.

Una de las grandes virtudes de la sociedad occidental es que se reformula y se cuestiona a sí misma constantemente. “El cambio en las prioridades de la gente desde que comenzó la crisis se ve en la calle, la gente ya no compra productos que no son de primera necesidad, incluso prescinde de alguno de ellos (lo comentan en el mercado), pero los restaurantes, los bares y los teatros están llenos a rebosar. La gente vive el sólo por hoy de una forma muy personal”, comenta Lidia Salas.

Lidia decidió renunciar a su puesto de trabajo como adjunta a dirección de producción en una empresa de servicios frigoríficos y dedicarse en cuerpo y alma a la divulgación del reiki, una terapia japonesa basada en los flujos de energía del universo que le cambió la vida. Se aplica mediante la imposición de las manos al paciente o a uno mismo y ayuda a la relajación, a atenuar el dolor y a curar. “Mi marido no lo cree, pero cuando se encuentra mal me pide que se lo haga”, comenta con gracia.

Hace un par de décadas que empezaron a aparecer las mujeres de negocios, las profesionales y altas ejecutivas de apretadísimas agendas sin tiempo para más. Una enorme conquista social que hoy en día podemos permitirnos el lujo de reinventar. “Cuando coloco la cámara frente a un paisaje y me doy cuenta de que estoy ahí, sola, con mi cámara a punto de disparar, me invade una sensación de felicidad incomparable. Creo que es algo que nos ocurre a todos los fotógrafos”, cuenta Kris Ubach, que antes era abogada.


http://www.slowfood.es/

7 de gen. 2010

El ministeri de Cultura salva el Cabanyal valencià



L'Ajuntament de la ciutat, en mans del PP, no podrà tirar endavant el projecte de reforma del barri mariner, que havia generat una ferma oposició dels veïns. El Govern autonòmic i el consistori, però, volen continuar amb els enderrocs.

El ministeri de Cultura ha dictaminat que el projecte de reforma del barri Cabanyal-Canyamelar de València és un "espoli" del patrimoni històric de la ciutat. Per aquest dictamen, l'Ajuntament no podrà ampliar l'avinguda Blasco Ibañez cap al mar passant per l'històric barri marítim del Cabanyal-Canyamelar. El projecte és un dels emblemes del consistori dirigit pel PP des de fa més d'una dècada i objecte de nombroses polèmiques, amb una ferma oposició dels veïns. L'enderroc d'un gran nombre d'edificis modernistes, considerats Bé d'Interès Cultural, i la divisió en dues parts d'un barri considerat un conjunt històric a protegir han estat els elements més controvertits.

La decisió del ministeri de Cultura, instat per la sentència del Tribunal Suprem que el passat més de maig l''obligava a pronunciar-se una vegada rebuts els informes tècnics, esgota la via administrativa i només pot ser recorreguda davant l'Audiència Nacional. El ministeri que dirigeix Angeles González-Sinde ha tingut en compte els informes presentats pel Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España, la Real Academia de la Historia, el Museo Nacional de Cerámica 'González Martí' i el mateix Ministeri de Cultura.

Els documents alertaven del perill de desestructuració de l'antic barri de pescadors de València, amb un important patrimoni històric i cultural format per alguns edificis modernistes que serien destruïts. La zona manté un traçat urbanístic quadriculat que finalitza al passeig marítim i que seria modificat amb la prolongació de l'avinguda Blasco Ibañez, que comunica el centre de la ciutat amb el Cabanyal, fins al mar.

L'ordre ministerial obliga a la suspensió immediata de l'execució del Pla Especial de Protecció i Reforma Interior (PEPRI) fins que aquestes actuacions urbanístiques no "garanteixin els valors històrics i artístics del barri". Igualment, requereix al govern de la Generalitat Valenciana a "suspendre" les actuacions administratives en aquest sentit. La decisió de Cultura no ha agradat gens a l'executiu autonòmic i al consistori del cap i casal del País Valencià. Ambdues institucions han indicat que pensen seguir endavant amb la reforma i continuar amb els enderrocs de les cases del Cabanyal.

El Triangle, 05/01/2010