15 de febr. 2009

Viure sense impacte ecològic


Una vida sin impacto ecológico

Su nombre es Steven, Steven Vromman, aunque para media Bélgica es el low impact man,el hombre de bajo impacto (HBI). Lo conocen los tenderos y agricultores a los que va a comprar cargado con sus propias bolsas, botellas y fiambreras. Lo conocen sus vecinos, a los que ha convencido para compartir un bidón de compostaje donde echar restos de comida. Lo conocen, de sobra, sus amigos, que no olvidan que para usar el inodoro de su casa deben subir cubos de agua de lluvia del patio.

Lo conocen, en definitiva, cientos de miles de lectores, telespectadores e internautas que han seguido paso a paso el experimento de este vecino de Gante de 48 años: reducir al mínimo su llamada huella ecológica en el planeta durante un año. En concreto, hasta 1,6 hectáreas, el espacio que corresponde a cada ser humano para un desarrollo sostenible. La huella ecológica mide el impacto vital de una persona sobre el planeta para satisfacer sus necesidades de consumo y absorber sus residuos. Es tan desigual como la vida: 0,9 hectáreas para un indio, 9,7 si vives en EE. UU. y 5,7 en el caso de los españoles.

De partida, Steven tenía una huella de 4,5 hectáreas, frente a la media belga de 5,6. El experimento comenzó en mayo del 2008. Se ha plasmado en un libro y un divertido documental, y puede seguirse en su blog. Tiene ordenador, móvil y un reproductor de música que se carga a mano, porque "ser un HBI no significa volver a la edad media", explica mientras saborea una taza de té en su casa, un loft de 80 metros cuadrados en una antigua fábrica donde el termómetro rara vez sobrepasa los 15 º C. Tampoco baja mucho más, porque el HBI tiene su corazoncito y sabe que el frío dañaría el piano de cola que tiene en el salón. Estos días de invierno, lo protege con una manta.

El HBI sopesa, anota y calcula la huella que dejarán cada uno de sus pasos, pero sin volverse loco: "Hay quien me pregunta qué es mejor, usar una cerilla o un encendedor... Es irrelevante, lo importante son los cambios de verdad", comenta. Los mayores ahorros de energía los ha logrado renunciando al coche en favor del transporte público, bajando la calefacción y aislando suelos y ventanas. También ha desterrado casi todos los electrodomésticos.

Compras, las justas. Nada de ropa nueva. Desde mayo, sólo ha adquirido un pantalón de segunda mano y unas zapatillas para correr. Un estilo de vida, sin duda, más barato y que deja menos residuos. La rebaja en el consumo de agua ha sido brutal: sólo abre el grifo para beber y cocinar. No se ducha. Se lava con agua de la lluvia, sin gel ni champú. "¿Nadie lo diría, eh?". Pues no... "El champú altera el equilibrio natural de la piel. Cuando dejas de usarlo, lo recupera. Pero me lavo con agua y jabón, y uso pasta de dientes".

"La semana pasada estuve a punto de tener un problema porque se quedó helada, pero la temperatura subió justo a tiempo", nos cuenta. Son los riesgos caseros de llevar una vida de bajo impacto. En noviembre, Steven volvió a trabajar, aunque a media jornada, porque ser un HBI es "difícil de combinar con un curro a tiempo completo". No frecuenta los supermercados convencionales. No come ni carne ni pescado. Junto con unos vecinos, compra la verdura directamente a un agricultor local, siempre de temporada. El resto de alimentos son bio, excepto si vienen de lejos.

"No compro productos congelados ni procesados, así que cada dos días tengo que ir a comprar leche, pan... Eso lleva tiempo". Los pocos envases que acumula se reutilizan para hacer la compra o poner el almuerzo de sus hijos. Van a la escuela en Gante, donde muchos centros han prohibido el papel de aluminio o de plástico para envolver comida.

Adam y Marieke participan a gusto en el proyecto de su padre. El pasado verano les ofreció unas vacaciones de bajo impacto: ir a Suecia de acampada y en barco, no en avión. Steven, separado, tiene la custodia compartida, aunque "no sea lo ideal para el planeta" porque "algunas cosas se duplican", bromea.

No deja de ser irónico que después de trabajar durante años en una consultora de temas medioambientales, sus consejos nunca hayan tenido tanta atención como cuando ha dejado de trabajar... "Es algo de lo que el movimiento ecologista también debe aprender, no basta con dar cifas".

¿Qué pasará en mayo, cuando el experimento llegue a su fin? "Pienso mucho en eso. Creo que, siendo menos estricto, seguiré haciéndolo casi todo, porque no hay nada que eche terriblemente de menos". Quizás alguna ducha. O comprar el periódico. "Si logro aislar el tejado o poner un calentador solar, igual puedo permitirme algún lujo...". Ser un hombre de bajo impacto no sólo es bueno para el planeta, sostiene: "El que más gana con la vida de bajo impacto soy yo. Es más sano, más barato, mas tranquilo, mejor".

Beatriz Navarro | Corresponsal La Vaguardia Unió Europea 19/01/2009